jueves, octubre 22, 2015

Vida gringa .- El Otoño

El otoño entró puntual a El Paso. El 22 de septiembre estuvo fresquito y creo que por esos días, pudo ser el sábado 19 o 26, hasta llovió. Una lluvia suave, cálida, más bien refrescante en el caluroso desierto. Desde entonces, al menos una vez a la semana, ha vuelto a llover, algunas noches más que otras, pero siempre de forma intensa, como si el clima quisiera compensar tantos días de sol y calor. 
Así se miran amarillas algunas banquetas rumbo a la escuela.
   Ya tiene un mes, pues, que entró el otoño. Ahora ya está decidido a notarse, a hacerse patente que es hora de refrescar y llover. Ya las calles se pintan de amarillo con las hojas que caen de los escasos árboles que hay afuera de una que otra casa. Ya el sol no cala igual, aunque está ahí, casi todos los días entre 3 y 4 de la tarde que voy por los hijos, arriba de mí, siguiéndome como si fuera niña y como si fuera Monterrey.
     Ayer llovió de nuevo. Llovió muy fuerte. De forma intermitente, casi toda la tarde. Empezó como a medio día. Se cargaron las nuves, se pusieron obscuras, escondieron al sol y se volvió tarde de julio en DF. Una tarde oscura y fría, muy atípica de este desierto. Una lluvia errática que de pronto se olvidaba de caer y dejaba secarse la tierra para recomenzar con más ahínco media hora más tarde.
     Cuando a la hora usual, salí de la biblioteca de UTEP para encaminarme al shuttle que me lleva gratis a la parada más cercana a mi casa, me agradecí a mi misma de que en un último y raro impulso, antes de salir de casa, haya tomado el paraguas, que aunque destartalado, ayer sí me sacó de apuros. Correr los pocos metros que me separaban del edificio de ingenieria y metalurgia hasta la parada fue una osadía, tomando en cuenta que ayer se me ocurrió ir en vestido y con zapatos de tela sin calcetines, muy primaveral ella, en otoño.
     El techito de la parada sólo nos hizo favor de hacernos sentir resguardadxs, pero todxs lxs que allí esperábamos nuestros camioncitos, estábamos más empapados que en balneario. El hielo se me metía en los zapatos. ¿A qué hora comenzó a caer el granizo? Luego amainó, como para darme oportunidad de subirme tranquila al bus en cuanto llegó.
Por estas calles camino mientras pienso pendejadas para ir a recoger a los hijos.
     A veces me pongo muy mística, me imagino que la Universa confabula en mi favor o en mi contra y que yo sola peleo contra las fuerzas de la Naturaleza. Juro y perjuro que la Tierra me maldice dejándome sentir su furia o su buena voluntad, según toque el clima del día. Y voy pensando todas estas pendejadas mientras camino por las calles en solitud. Porque qué más puede una hacer sino platicar con una misma mientras camina. Ayer, entonces, maldecía a los vientos y me prometía que en cuanto llegara a mi casa iba a agarrar todos mis suéteres y hasta la pijama de ser necesario.
     La tregua del agua siguió unos minutos más allá de que me bajara del camión. Me permitió llegar a mi casa, correr al baño, darle rienda suelta a mi vejiga. Salir dando tumbos para no perder tiempo. Cambiarme y ponerme el pantalón de mezclilla. Echar al piso los zapatos mojados, enfundar los pies en una mullidas calectas y luego en los únicos otros zapatos que tengo acá. efectivamente, cumplí mi promesa y agarré hasta la camisa de la pijama "por si las dudas" y la eché junto con las chamarras de los niños en una bolsa.
     "Time's up" dijo la primera gota de lluvia que cayó en mi ventana. Comenzó el chipi chipi de nuevo. Salí rapidísimo de la casa. Aún tenía que caminar hasta la escuela de los hijos. Tomé de nuevo el paraguas y me enfrenté a El Paso y sus intentos de desanimarme.
     Me fui caminando tan rápido como pude. La verdad no es muy rápido tampoco. Hago como 15 minutos de la casa a la escuela de los hijos. Según google maps debería de hacer menos, pero yo me lo tomo con calma. Excepto ayer, ayer hice malabares porque justo cuando creí que había dejado de llover nuevamente, comenzaron a caer del cielo cubetadas de perdigones helados. Nuevamente pelotitas de hielo amenzaban con meterse en mis zapatos, pero no contaban con mis calcetas súper wow.
     Así, peleándome contra el clima, el viento indomable que hacía todas las groserías que quería con mi paraguas, incluso doblarlo hacia afuera como si sólo lo llevara de accesosrio, finalmente llegué a la escuela. Recogí a mis pequeños vástagos y los enchamarré. Caminamos de regreso a la parada, y juro y perjuro que el clima se burlaba de mi porque otra vez dejó de llover. Mis hijos, por supuesto, pensaban que yo soy una exagerada de esas que traen chamarras ante cualquier lloviznita.
Estas inocentes calles se vuelven ríos indomables cuando llueve.
     Sólo cuando llegamos de regreso a la parada del shuttle fue que se desató de nuevo la lluvia torrencial, con grandes ríos y cascadas formándose en las calles elevadas que llegaban hasta la parada, amenazando con mojarme los pies aún secos. Lo bueno, es que pudimos meternos al edificio de Campbell St y esperar ahí hasta que llegara el shuttle.
     Santiago, no quiso esperar dentro, él estaba decidido a atrapar un granizo en la boca y aprovechar que esta no es lluvia ácida como la de su ciudad natal. Nunca lo logró, no es muy hábil mi'jito. Así pues, en cuanto llegó el bus nos regresamos a la biblioteca de UTEP y nos refugiamos del inclemente clima ahí toda la tarde.
     Por la noche, cuando Criseida salió de clases y pasó por nosotros para caminar de vuelta a casa, ya no llovía más. Aún así, no quise arriesgarme, estaba fresco y yo no iba a andar cargando de oquis, así que saqué de la bolsita mi gorro de invierno y la camisa de la pijama que me puse como chamarra encima de todo.

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